AUTOPSIA DE UNA BALA PERDIDA
Por Ernesto Pérez Vera
A lo largo de mi experiencia en las líneas de tiro
he visto mucho de todo, desde personas legas que a la primera pillaban qué y
cómo había que hacer las cosas, obteniendo además excelentísimos resultados en
el blanco —la suerte del principiante le llaman—; hasta profesionales veteranos
de las fuerzas de seguridad que no sabían manejar sus armas, que las manejaban
torpemente o que, en el mejor de los casos, a duras penas eran capaces de meter
en sus siluetas la mitad de los disparos efectuados con calma y sin estrés.
También he visto varios accidentes, claro que sí,
pero gracias a Dios muy pocos. Hace cinco años yo mismo sufrí en mi pellejo el
efecto de un proyectil rebotado: un blindado del 9mm Parabellum, disparado por
mí mismo. Una bala perdida que al final no fue nada, pues por
suerte todo quedó en poca cosa: un buen susto y el gasto de unos cuantos
paquetes de pañuelos de papel para secar la sangre que salía de un corte producido
en mi cuero cabelludo. La sangre es escandalosamente alarmante, por lo que no
niego que me asusté.
Hace no muchas fechas tuve la oportunidad de
comprobar cómo varios policías presionaban el disparador de sus pistolas a la
par que alimentaban la recámara. Esto pasó, otra vez gracias a la fortuna,
mientras a mi dictado realizaban prácticas de tiro en seco. Menos mal. Algunos
de ellos jamás habían disparado con celeridad tras montar la pistola. Eran, y
siguen siendo, funcionarios acostumbradas a ser vilmente engañados por sus
propios instructores: “Venga, preparad
las pistolas con tranquilidad, que no quiero accidentes. Cuando estéis listos y
las armas estén preparadas para disparar, empezaremos a abrir fuego”. Esta
peña tira exclusivamente en simple acción, pese a que sus pistolas son las
germanas HK-USP Compact, en unos casos; y las italianas Beretta 92-FS, en otros.
En fin, que durante las prácticas periódicas
reglamentarias a las que son convocados y a las que a veces en efecto acuden,
porque no puedo decir que todos acudan a todas las convocatorias (algunos me
confesaron que se escaqueaban cuando podían), siempre disparan siguiendo las
indicaciones marrulleras de sus directores de tiro. Sí, digo indicaciones
marrulleras por no decir otra cosa más fuerte (estas vendrán más adelante), porque
quienes preparan de este modo a quienes deben defenderse principalmente de
ataques súbitos e inesperados, casi siempre a distancia de contacto o casi de
contacto, son, como poco, una panda de incompetentes sembradores de lápidas, abonadores
de camposantos. Negacionistas de la
razón, pisoteadores del sentido común e ignorantes de lo que la ciencia
empírica acredita, eso es lo que son. Pero ojo, también desconocen lo ya más
que demostrado por la ciencia médica encargada de estudiar el comportamiento
humano bajo los efectos de agentes estresantes. Un despropósito mayúsculo,
vamos.
Así ha sido, hasta que han tirado por primera vez
con un servidor. Aquellos amigos, a los
que sigo considerando compañeros, se sentían suficientemente seguros delante de
sus blancos de cartón, porque siempre les habían regalado demasiados segundos
para que fuesen abriendo las fundas; para que fuesen quitando uno, dos y
hasta tres sistemas de retención; para ir extrayendo las pistolas; para
desactivar los seguros manuales del arma; para alojar una bala en la recámara;
para dejar el sistema de disparo listo en situación mecánica de simple acción; para
empuñar a dos manos y, por fin, para esperar la orden de fuego.
Encima, durante el lapso de la espera final, podían
respirar profundamente mirando hacia las nubes, gozando incluso de tiempo para
charlar amigablemente unos tiradores con otros. Un capítulo de ‘Heidi’, vamos. Oye,
tengo que reconocer que unos cuantos devolvían la pistola a la funda dejándola
abierta, para que el recorrido de la mano se hallase expedito hasta la empuñadura
en el momento de recibir la señal de disparar. Así se creerían más tácticos que
los demás, digo yo. Un engaño, eso es lo que es. Una mentira a la que muchos se han acostumbrado, porque sus instructores
van a pasar el rato y a cubrir expediente, cuando no a pavonearse con la pipa
metida a pelo en la cintura, a lo Chuck Norris en ‘Ranger Walker’.
Visto el panorama descrito, es del todo lógico y
normal que cuando les exigí una pizca de celeridad en las maniobras, de verdad
que solamente una pizca, demasiados de ellos disparasen involuntariamente antes
de querer hacerlo conscientemente. Si
antes lo hacían todo en seis o siete segundos, yo les pedí que, por favor,
tratasen de reducir ese lapso a, por lo menos, tres o cuatro. Ninguna locura, nada
del otro mundo, como seguramente el lector convendrán conmigo. Como ya dije
en un párrafo anterior, esta incidencia fue detectada en la fase de
manipulación y de tiro en seco, porque con según qué personas nunca hay que
experimentar y mucho menos arriesgar. Dicho lo cual, estos policías seguramente
no tengan la culpa de ser como son, al menos no toda la culpa, aunque
judicialmente sí podrían ser penalmente responsables del resultado de sus
manejos y tiros.
Esto es naturaleza en estado puro, como tanto me
gusta decir. Fisiología humana. Esto es, sencilla y llanamente, lo que pasa en
la vida real cuando un primate homínido de la especie ‘Homo sapiens’ empuña una
herramienta llamada pistola, sin saber manejarla. Porque atención, y lo digo
por enésima vez: saber meter y sacar el cargador, saber municionar los cargadores
y saber apretar el gatillo no es, en modo alguno, saber utilizar un arma y mucho
menos es saber disparar. La pena es que
en España, poseyendo tan nefasto y escueto nivelito, se te puede considerar profesional
de las armas y perito en su manejo. Para tocarse los cojones y mear sin echar
gota. Para mandar a mucha gente a tomar por donde amargan los pepinos, que es,
también, por donde nos van a dar cuando la caguemos y nos digan que nos
pongamos mirando para Cuenca.
Ahora vamos al meollo de la cuestión, a la causa, al
porqué, a la génesis del problema. ¿Por qué estas personas nunca fueron
informadas de que la introducción del cartucho en la recámara es una maniobra
de riesgo, quizá de alto riesgo si se realiza bajo el estrés que provoca verse ante
un agresor potencialmente letal? Muy sencillo, porque quienes los adiestraron
no lo saben. Y lo que es peor, cuando lo han sabido, lo han obviado.
Estudios médicos especializados nos hablan de las
contracciones involuntarias que sufren determinados músculos por la
intervención directa del reflejo interlímbico. En este caso me estoy refiriendo
a la contracción no predeterminada de los dedos de las manos. A ver, hablando claro, que cuando
comprimimos los dedos de una mano pueden comprimirse a la par, y sin darnos
cuenta, los dedos de la mano contraria. Es sumamente fácil que esto suceda en
los animales de nuestra especie al encontrarnos, inopinadamente, frente a
situaciones que el cerebro interpreta como peligrosas. Así las cosas ¿qué
podría ocurrir si en una mano portamos una pistola sobre cuya cola del
disparador reposa un dedo mientras que con la otra mano agarramos el arma o los
brazos de un atacante; sujetamos nuestra propia linterna; presionamos los
mandos del radiotransmisor; o simplemente estamos tirando hacia atrás de la
corredera la pistola?
A esto no escapa nadie mental y neurológicamente
sano, si bien es cierto que esta reacción autónoma puede domesticarse si se
cuenta con un alto nivel de adiestramiento y con abundante experiencia real. En
el campo del adiestramiento hay que incluir, a juicio personal y a estos
efectos, la acción de meditar sobre la crudeza de los enfrentamientos armados
y, por supuesto, la visualización de uno mismo resolviendo en tal trance.
Se encuentre un arma en disposición de hacer fuego
en simple o en doble acción, una descarga involuntaria siempre es factible en
virtud de lo tan sucintamente antedicho. A
estas alturas del partido, seguramente nadie se atreverá a negar que nuestra capacidad
cognitiva puede deteriorarse bastante, mucho e incluso totalmente, cuando
creemos estar en serio peligro. Si esto es así, y lo es porque está científicamente
demostrado y además todos podemos verificarlo si nos autoexaminamos, ¿por qué
se sigue inoculando a los policías con la idea de que es una ventaja
desenfundar y montar la pistola en las narices del malo, en detrimento de la
posibilidad de extraer el arma ya presta en doble acción, opción que no
requiere de manipulaciones previas para hacer efectivo el disparo?
Total, que estamos donde estamos, en un país
maravilloso para muchísimas cosas, pero estúpido, mediocre y acomplejado para
otras tantísimas más. Aquí impera el buenismo y el aparentar, lo que implica
premiar y reconocer a los que parecen buenos y simulan que saben; y no a los
que realmente son buenos y saben de verdad. La mayoría no seriamos capaces de aprendernos un himno nacional serio,
pero sin embargo ya entonamos, al unísono y sin perder el copas, el ‘aquí nunca
pasa ná’. El conejo hambriento juega, y ahí lo dejo.
Para terminar, sugiero al lector que vea este
magnífico vídeo editado por Félix Carmona, funcionario estatal perteneciente a una
fuerza de seguridad pública española. Por cierto, ni es instructor ni pertenece
ni ha pertenecido nunca a ninguna unidad de esas llamadas especiales,
únicamente es alguien preocupado por el percal que lo circunda: https://www.youtube.com/watch?v=ZbbLF2kIOOc
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